jueves, 1 de abril de 2010

Capítulo IX: Salada y con un verdugo corriendo a mi lado.

Al llegar a la universidad, Amber se despidió de Uriel apresurada y agradeciéndole. Aunque había tomado el ferry de las 8:00, Madame Angeliqué les había pedido que ese día llegaran un poco más temprano para empezar con la práctica para las audiciones.

Amber se asomó por la ventanilla de la puerta y vio que ya todas estaban bailando. Se escabulló por la puerta sin que Madame Angeliqué la viera, llegó a los vestuarios, se cambió y gateó hasta donde estaba Katy.

-Hola – saludó Amber susurrando.

-Llegas tarde – refunfuñó Katy.

-Lo sé, es que se me pegaron las sábanas esta mañana –se quejó.

-Qué raro tú.

-¡Amber! – la voz de Madame Angeliqué se escuchó estrepitosamente. –Por llegar tarde, cuando culmine la clase de hoy, darás 20 vueltas al campo de atletismo.

-¿El de los 500m?

-Ese mismo –sonrió y prosiguió con la clase. Se escucharon las risillas de Amelie y sus clones, Katy negó con la cabeza suspirando y Amber estaba que lloraba.

Uriel llegó perdido a la universidad; lo primero que hizo fue llegar a la oficina principal para buscar a Mikhael o a Lestat para que le dijeran a dónde debía ir, pero la única que se encontraba allí era Mara. Cargaba una falda corta azul, medias pantys, tacones azules y una camisa blanca abierta que dejaba ver casi toda su alma.

Uriel abrió un poco la puerta y la vio. –Buenos días.

-¿Uriel? Buenos días –le sonrió y se soltó el cabello.

-¿Cómo estás, Mara? ¿Está Mikhael o Lestat? –Entró a la oficina y cerró la puerta.

-Estoy muy bien –se puso de pie y se le acercó. –Ellos no están… Mikhael está en una reunión y… -miró a Uriel de arriba abajo mientras se mordía su labio inferior –Lestat está en clases.

Uriel bufó. –Bueno, ¿podrías decirme dónde tengo clases o a dónde debo ir?

-Claro, ya te digo -. Buscó unas carpetas en su escritorio, y se inclinó tanto que su falda no logró cubrirla. Uriel la vio y miró hacia otro lado. –Aquí está.

-¿Y bien? ¿Adónde voy?

-¿Cuánto me pagarás por decirte? –apoyó una de sus manos en su cintura.

Uriel puso los ojos como platos. –Bueno… -buscó su billetera y empezó a buscar unos billetes.

-No con dinero –frunció el ceño y dejó las carpetas a un lado.

-¿Entonces con qué?

-Ayer era gratis… -se acercó tan rápido a él que ni se dio cuenta de cuándo lo hizo –hoy no -. Lo sentó en una silla de un empujón y se sentó sobre él.

Uriel dio un respingo y no supo qué hacer. Mara le desabrochó tres botones de su camisa y llegó Lancelot junto con Mikhael.

-¡Mara! –gruñó Lancelot y frunció el ceño.

-¡Uriel! –el padre de Lestat no podía creer lo que veía.

Mara se le quitó de encima de un salto y Uriel se abotonó su camisa.

-Pueden poner el seguro –dijo Mikhael riendo. Lancelot estaba un poco molesto, Mara apenada y al borde de volverse loca mientras que Uriel estaba incomodo.

-Sólo quería saber dónde tengo clases –dijo Uriel.

“Sí, claro”, pensó Lancelot, mientras que los pensamientos de Mara decían: “espero verte más tarde”

Mikhael carcajeó. –Yo te guío, muchacho. Ven –puso un brazo sobre los hombros de Uriel y lo sacó de la oficina.

Amber estaba maquinando algún plan para zafarse del terrible castigo que le impuso Madame Angeliqué; mientras bailaba pensaba.

-¡Amber! –la voz de Madame Angeliqué interrumpió su cadena de pensamientos y Amber que estaba sólo sobre la punta del pie derecho, cayó al piso. El golpe le lastimó el muslo.

-¡Ouch! Maldición.

-Amber, ese vocabulario –le reprendió Madame Angeliqué -¿En dónde tienes la cabeza, niña? Tu tempo está descoordinado.

-Lo siento –respondió mientras se incorporaba; las demás reían entre dientes, Katy se preguntaba lo mismo que Madame Angeliqué.

-¿Es que acaso quieres que extienda tu castigo? –preguntó Madame lanzándole un sopetón por la frente.

-No –se quejó Amber. –Demonios, desde esta mañana ando en las nubes –pensó sobándose la frente, y colocándose al lado de Katy.
-¿Qué te pasa? –preguntó ésta susurrando.

-Un ovni me invitó a desayunar el sábado; le dispararon y no murió. Y esta mañana me llevó en un auto tan caro que ni aunque trabaje en esta vida y la próxima, lo podré pagar.

Katy la miró extrañada y le puso la mano en la frente midiendo su temperatura.

-No tienes fiebre… ¡Oh, Amber! ¡No me digas que estás drogada!

-¡Bah! No digas pavadas.

-La que está diciendo disparates eres tú, muchacha loca.

-Lo sé, pero no me logro quitar de la cabeza lo que me pasó. Luego te presento al raro, está tan bueno que si no fuese tan extraño, hace rato me lo hubiese llevado a la cama…

-¡Amber! –se quejó otra vez Madame Angeliqué –Ya no son 20, ahora son 30.

-¡Oh, mierda! –refunfuñó suspirando.

Mikhael guió a Uriel hasta un salón donde estaba un profesor llamado Steban, y entre sus alumnos se encontraba Agnes. Les estaba hablando sobre la historia del piano; casi todos se estaban durmiendo. Agnes y sus clones se incorporaron y arreglaron su cabello al ver a Uriel.

-Permiso, profesor Steban –dijo Mikhael –le traigo a un alumno perdido. Casi se lo violan en el camino –comentó sonriendo y todos en la clase rieron entre dientes. Uriel lo miró con reprobación.

-¿Cómo te llamas? Preguntó Steban.

-Uriel Ivancov.

-Muy bien, señor Ivancov. Tome asiento.

El único asiento libre era al lado de Agnes y estaba rodeado por sus amigas.

-Claro –se sentó y Agnes lo miró con gesto depravado.

-Hola, Uriel –le puso una mano en el brazo y le sonrió.

-Hola –Uriel la miró y fingió una sonrisa.

-Muy bien. Sigamos con la clase… -dijo Steban.

-Uriel, Lestat te verá en la hora de almuerzo –le avisó Mikhael y luego se fue. Uriel solamente asintió y siguió escuchando al profesor.

-Como les iba diciendo, el primer antecesor del piano, fue el monocordio; fue utilizado por varios físicos a lo largo de la historia, como el griego Pitágoras y Euclides.

Uriel levantó la mano al escuchar tal barbaridad.

-¿Sí, señor Ivancov?

-Para empezar, el primer antecesor del piano fue la cítara; se originó en África y en el sudeste de Asia 3000 a.C. El monocordio vino después. Y, por cierto, Pitágoras y Euclides eran matemáticos, no físicos.

Todos en la clase lo miraban sorprendidos. Steban frunció el ceño.

-¿Me está contradiciendo? ¿Usted vivió en esa época?

-No, pero he leído mucho. Y sí, lo contradigo. Le estoy corrigiendo -. Uriel empezó a irritarse.

Steban se puso rojo de tanta molestia, se dio cuenta de su error pero no dio su brazo a torcer.

-Puede buscarlo en Google –Agregó Uriel.

-Es cierto, profesor –le mostró Agnes desde su Blackberry.

-Señor Ivancov. Fuera, debe darle 10 vueltas al campo de atletismo.

-No sé cuál es –dijo Uriel poniéndose de pie y caminando hacia la puerta.

-Pues… ¡Averigüe! –gruñó.

Uriel salió de la clase y suspiró. “Primera clase y ya me castigan”, pensé.

-¡Uriel! –Lestat venía por el pasillo -¿Qué haces aquí?

-Me acaban de sacar de clases –contestó sonriendo.

-Es la primera clase, Uriel. ¡Y ya te sacaron! –carcajeó.

-Lo mismo pensé. Pero, fue por algo estúpido.

-¿Con quién te tocó?

-Con Steban.

-Ah, ese viejo está loco. Esa clase es para principiantes. Ven, te llevaré a un sitio donde te evaluaran para ver dónde debes estar –Lestat le hizo señas y Uriel lo siguió.

Ya estaba por terminar la clase, Madame Angeliqué; que puso a Amber a perfeccionar el “passé” y al final, como siempre y a pesar de todos los contratiempos, Amber fue la única que logró culminar la pieza exitosamente.

-Ma cherí, trés bien –comentó Madame sonriendo- pero aún tienes que dar 30 vueltas.

-Lo sé, no me lo tiene que repetir tanto –refunfuñó Amber.

-A mí no me contestes, ¿o es que quieres dar 50 vueltas?

Amber se limitó a negar con la cabeza.

-Y no hay almuerzo para ti hasta que termines –Amber abrió la boca para protestar pero Madame la interrumpió –y si dices algo serán 60.

-¡Maldita seas, vieja! –pesó Amber, le grujían las tripas por el hambre; recordó que con la apuradera de la mañana, no logró ni desayunar.

Salieron de la clase sin cambiarse, Amber sólo se colocó unos zapatos de deporte que le prestó una de las clones por orden de Madame.

-Yo te espero –le dijo Katy –te estaré animando desde las gradas.

-Sólo dices eso porque Madame Angeliqué te dijo que me supervisaras hasta que termine.

-En parte –sonrió.

-No te burles –se quejó Amber –ni siquiera he empezado y ya me duele todo.

-Bueno, deja de hablar, tienes que ahorrar energía para correr –rió.

-Ahg –Amber frunció el ceño mientras caminaba arrastrando los pies.

Llegaron a la pista de atletismo, el tiempo estaba fatal, parecía que estaba apunto de llover; Amber le dejó el bolso a Katy y la chaqueta. Empezó a correr con el traje de ballet pegado a su cuerpo, contorneando su figura.

Lestat llevó a Uriel a una sala donde había 6 espectadores. Cada uno estaba en una mesa; un piano en medio de la sala, y todos con cara de amargados.

-Buenos días –dijo Lestat.

Todos lo miraron y respondieron al unísono: -Buenos días.

-¿Aún siguen evaluando? –preguntó.

-Sí, pero en estos momentos estamos muy ocupados.

-No se preocupen. Puede ser más tarde o mañana.

-A las 4:30 estamos libres.

-Muy bien. ¿Hay que anotarse o algo?

-Sí, aquí está la lista –uno de los espectadores le arrimó un papel y un bolígrafo.

-Ve e inscríbete –le ordenó Lestat a Uriel. Éste se acercó a la mesa del sujeto y empezó a rellenar los datos. En una pedían su número de carnet, aún no se lo sabía y lo buscó en su billetera.

-Todavía no lo memorizo…- comentó sonriendo y alzando el objeto. El hombre lo miró con gesto inexpresivo y siguió mirando un documento. –Ya está -. Uriel entregó la hoja y el bolígrafo.

-Llegue puntual a las 4:30. Vienen muchos a presentar.

-Por supuesto –Uriel asintió.

-Gracias –les dijo Lestat y sacó a Uriel de la sala. –Bueno, ahora a esperar.

-¿Qué harás?

-Tengo una prueba de arquitectura ahorita. Creo que no podré almorzar contigo.

-No hay problema.

-Si me disculpas, nos vemos más tarde –Lestat se perdió por un pasillo y Uriel suspiró.

Caminó como alma en pena por la universidad y vio algunas canchas. Contempló cada una, hasta que reconoció a Amber en una de ellas; estaba corriendo y se veía molesta, escuchó uno de sus pensamientos: “estoy más salada que los pechos de la sirenita”. Uriel carcajeó por su ocurrencia y se acercó a ella cuidadosamente.

Amber ya llevaba las primeras 5 vueltas, y cada vez que cruzaba al lado de Katy, le miraba con ojos de cachorro desamparado; Katy negaba con la cabeza y ella fruncía el ceño.

-¡Carajo, carajo, carajo! Sólo a mí me pasan estas cosas, tuve que hacer algo realmente maldito en mi vida pasada para que Dios me castigue de esta manera –se quejó.

Amber pasó frente a Uriel sin darse cuenta. Éste sonrió al ver el maillot rosado moldeando su perfecta figura, un poco escotado y mallas de color negro. Corrió hasta ella aunque su ropa no era adecuada para la acción: tenía jeans, zapatos de vestir y una camisa negra debajo de una chaqueta de cuero negro. Alcanzó a Amber y empezó a correr a su lado.

-¿Castigada? – le preguntó sonriendo.

Amber estaba ya tan cansada que ni pudo sorprenderse al verlo, con el ceño fruncido, le miró un tanto jadeante. –Es el bicho raro –pensó- ¿Tú crees? –le contestó algo irritada.

-Supongo. Me pusieron el mismo castigo, pero no pienso darle diez vueltas a esto.

-¡Ja! ¿Sólo diez? –le preguntó –definitivamente, Dios me odia. Yo tengo que dar 30 –refunfuñó.

Uriel se burló. –Veamos quién aguanta más –la miró desafiante.

-¡Ahg! Por mí puedes correr hasta que mueras, pero yo sólo hago las 30 y listo –comenzó a jadear más fuerte e intentó controlarse para que Uriel la dejara en paz.

Uriel carcajeó. -¿Esa es la única forma que tienes para decir que no? Cobarde – sonrió orgulloso.

-¡Joder! Definitivamente estoy salada. Dios me mandó un verdugo para mi tortura –pensó molesta, miró a Uriel con el entrecejo fruncido; ella era tan orgullosa que ese orgullo no le permitía que le dijeran cobarde. –Cobarde tú, bastardo –respondió jadeante y aceptando su desafío, empezó a acelerar.

“¡Bien! Que empiece la carrera”
, pensó Uriel. Corrió tan rápido que pasó a Amber en dos segundos. Ambos dieron cinco vueltas; Uriel estaba de lo más tranquilo mientras que Amber estaba que se desmayaba. Él disminuyó la velocidad y dejó que lo alcanzara.

-¿Cansada? –le preguntó sin jadear.

-Para nada –contestó con voz pesada, tratando de controlar sus jadeos y minimizarlos al máximo. –Tengo que dejar de fumar –pensó ella con la mirada fija en la cancha.

Amber aceleró nuevamente pero Uriel la alcanzó sin ningún esfuerzo, ya estaban por la quinceava vuelta cuando empezó a llover a cántaros. Amber miró al cielo y cerró los ojos al contacto de su piel sudada y caliente con el agua fría y refrescante de la lluvia.

-Y yo que quería bailar bajo la lluvia, no estar corriendo como una idiota –pensó.

Uriel volvió a alcanzarla. –Tengo hambre –le mintió. -¿Y tú? –se fijó en un par de protuberancias que se mostraban en su maillot. -¿Tienes frío? –le preguntó sonriendo.

-Algo –mintió, la verdad estaba por caer muerta del hambre; al principio no escuchó bien lo último que dijo porque el cansancio, el hambre y la lluvia no le dejaban pensar; luego captó el comentario sarcástico, se miró el pecho con sorpresa, sus pezones estaban erectos por el agua fría que chocaba contra su cuerpo, disminuyó la velocidad súbitamente mientras se cubría el pecho con los brazos. –No mires tú… pervertido degenerado –gritó desde la distancia tambaleándose mientras corría latosamente.

El suelo se puso resbaloso y Amber no pudo evitar lo que sucedería, había barro en sus pies y la cancha dejó que se precipitara sobre el piso, cayendo de bruces sobre el suelo, por suerte, sus manos evitaron que su rostro terminara estampado contra el piso.

-¡Amber!- Uriel escuchó la caída y corrió hasta ella. La ayudó a incorporarse, le limpió algunas manchas de barro que tenía su rostro y se quitó su chaqueta. –Ten-. La cubrió con ésta, poniéndosela sobre sus hombros. -¿Te encuentras bien?

-No –admitió ella apunto de rendirse –para nada estoy bien –murmuró jadeante, se acomodó la chaqueta y comenzó a correr nuevamente, esta vez por inercia; su mente estaba totalmente en blanco, su estómago crujía suplicante, su pecho le dolía por el aire que inhalaba y todo su ser se sentía acabado; se sentía tan mal que llegó un momento que ya no sentía más.

Uriel la sostuvo y la observaba alterado. -¿Quieres ir a la enfermería?- le preguntó.

Ella no respondió, sólo le miró a través de las gotas de lluvia que caían por entre sus cejas; el mundo se movió bajo sus pies y al final no supo más de sí.

Amber se había desmayado. Uriel se teletransportó con ella en brazos y cuidadosamente. La llevó a la enfermería y allí unas enfermera la atendieron rápidamente; la llevaron a un cuarto y él esperó noticias en una sala de estar.

-¿Usted viene con la Sta. Amber? –preguntó una enfermera morena.

-Sí –respondió Uriel acelerado.

-Tuvo una baja de tensión. Pero, ya está estable. Le colocamos un suero.

-Menos mal –suspiró aliviado. -¿Puedo verla?

-Sí, está en aquella habitación –contestó la enfermera señalando una puerta con un tres rojo. Uriel entró sin hacer ruido; miró con compasión a Amber quien estaba un poco pálida, y acarició su cabello. Tomó unas toallas de papel que estaban sobre una mesa y le limpió bien su cara. Se inclinó hasta ella y olió su sangre, quiso morderle el cuello; se acercó y sus labios rozaron la piel fría de Amber.

Amber sintió un leve cosquilleo en el cuello, su piel era extremadamente sensible al tacto, abrió los ojos con pereza; un olor a colonia le embriagó un poco, Hugo Boss, pensó ella, un hombre.

Abrió los ojos de par en par, era Uriel.

-¿Qué haces? –preguntó ella alarmada, él le besó el cuello y ella sintió un cosquilleo un poco más intenso que la vez anterior; su piel se erizó y tembló ante el tacto de la boca de Uriel.

-Nada –le respondió él inocentemente y sonriendo. Katy había ido corriendo a la enfermería porque unos entrenadores le contaron lo que le sucedió a su amiga mientras ella estaba en el baño. Y, para su sorpresa, vio a través del vidrio de la habitación Nro. 3 a un hombre desconocido besando el cuello de su blanca amiga.

-¿Qué haces con mi amiga… tú chupa sangre? –gritó Katy atravesando la puerta.

Uriel se apartó rápidamente de Amber al escuchar a una niña delgada gritarle desde la puerta.

-¡Nada! Se desmayó en el campo y la traje hasta aquí. Estaba muy mal –contestó rápidamente.

-Katy siempre soñando cosas raras, él no es chupa sangre, es un ovni –pensó Amber sin ánimos de meterse en la discusión.

-La conocí hace tres días. Me preocupó el aspecto que tenía antes de que se desmayara –le contó Uriel a Katy.

-Bueno, como sea. El caso es que no confío en ti –Katy se acercó a Amber colocándose entre ella y Uriel.

-No tienes que hacerlo –dijo Uriel despreocupado.

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