sábado, 27 de marzo de 2010

Capítulo VII: Entre la tempestad y pensamientos.

Uriel vio el sol de la mañana asomarse por el balcón de su habitación. Se levantó de su cama sin haber dormido nada como de costumbre. Se dirigió al baño, se cepillo y se dio una ducha.

Amber se levantó perezosamente al sonar la alarma; como todos los fines de semana, iba a trotar a la plaza principal de Shanksville, se dio una corta ducha para despertarse; se puso un mono, una camiseta y la chaqueta para el frío. Luego de trotar, iba a ir al estudio de baile que había cerca de la plaza a practicar un rato, así que al salir, se llevó su bolso con la ropa de ballet.

Uriel salió de la regadera y tapó la mitad de su cuerpo con una toalla blanca, secó su cabello con otra y se dirigió al balcón de enfrente. Supo que Caleb aún dormía porque escuchaba sus estrepitosos ronquidos, se rió porque le recordó al gruñido de un tigre.

Al asomarse por el balcón, vio a la chica que lo tropezó en el comedor,; quiso molestarla un rato, así que se cambió con ropa de deporte negra, se puso unos zapatos Nike de color negro con detalles plateados y corrió entre los árboles persiguiéndola sin que ella notara su presencia.

El sol no estaba tan intenso esa mañana, era fresco, medio nublado y el frío congelaba hasta el tuétano. Amber trotaba rápidamente tratando de llegar lo más rápido posible a la plaza, pero sentía que un ente extraño la perseguía.

-¡Carajo! ¡Me estoy volviendo loca!, estoy así desde que me tropecé con el bastardo ese en la universidad –bufó frustrada, sintió nuevamente que la seguían, se detuvo en seco y miró para atrás. –Definitivamente, me estoy volviendo loca. Tengo que dejar el cigarro.

Uriel se burlaba cuando escuchaba los disparates que decía la joven. Cuando ella miró hacia atrás, se colocó frente a ella, de manera de que cuando volteó con la intención de seguir trotando, chochó contra su pecho fuerte y cayó de trasero en el piso.

Amber frunció el ceño en cuanto vio con qué roca había chocado, era el mismo psicópata que había tropezado en el comedor. Éste con la mirada burlona le sonreía, lo que hizo que ella se molestara aún más.

-¿Por qué carajo eres tan atravesado? ¿Tienes complejo de caraota plástica?

Uriel sonrió por su reacción, se inclinó hasta ella y le dijo: -tú casi me tumbas la bandeja en el comedor, así que también eres medio atravesada –le ofreció su mano para ayudarle a incorporarse.

Amber miró la cara del tipo, luego su mano y después su cara otra vez.

-¿Qué le pasa a este cabrón? –pensó, se incorporó ella misma, le frunció el ceño y comenzó a trotar nuevamente pasándole por un costado. –Que se pudra ese bastardo –murmuró para sus adentros y aceleró el paso sin mirar atrás.

Uriel frunció el entrecejo cuando escuchó que en sus pensamientos lo llamó cabrón; eso hizo que quisiera molestarla aún más. Corrió detrás de ella, observó su silueta de espalda y su cabellera castaña moviéndose de un lado al otro. -¡Hey! –la llamó pero ésta aceleró el paso, él hizo lo mismo y en menos de un segundo trotaba a su lado. -¿Nunca te han enseñado modales?

-Mmm… mi educación no es de tu incumbencia –Amber empezó a correr luego de mostrarle el dedo medio y sacarle la lengua, corrió tan fuerte que para cuando llegó a la plaza, no tenía aliento y sus piernas le fallaron; miró el camino por el que había corrido pero no vio a nadie. –Por fin, me libré del psicópata.

Se arrastró como pudo hasta la sombra del árbol más cercano, allí se sentó mirando al cielo mientras trataba de respirar normal nuevamente. Uriel apareció sentado a su lado. –Mmm, no. Aún no te has librado de este psicópata –dijo sonriendo sin ninguna gota de sudor ni gesto de estar cansado por haber corrido demasiado rápido para alcanzarla.

Amber se paralizó al escuchar su voz, no quiso mirarlo, así que permaneció sentada mirando al cielo, luego cerró los ojos y suspiró.

-Tú lo que eres es un maldito fenómeno pervertido –susurró tan bajo que era imposible que la oyera. -Me dieron ganas de un cigarrillo –pensó- esto es demasiada mala suerte para una sola mañana. Se me ha pegado un loco degenerado –suspiró abriendo los ojos nuevamente.

-¿Pervertido? –repitió. -¿Loco degenerado? –La miró alzando sus cejas pobladas. –No diré la forma en que yo te definiría…- miró al cielo al igual que ella.

-¿Lo dije en voz alta? –rió. –Bueno, ahora ya sabes lo que creo que eres. ¿Cómo quieres que te diga si me perseguiste?, cualquiera puede pensar que eres un pervertido.

Uriel volvió a sonreír. –Soy Uriel, un loco pervertido degenerado, ¿y tú? –le extendió la mano.

-Amber. Sea lo que sea que pienses de mí, quizás sea verdad –le estrechó la mano sonriendo.

-Mucho gusto, Amber. Pienso que eres muy sexy-.

Amber sonrió burlona. –Qué descarado –pensó. –Bueno, ¿qué más da? –riño. –Lo sé –respondió- y tú no estás nada mal tampoco.

-Y el descarado soy yo.

Amber frunció el ceño, ¿Eso lo había dicho ella o lo había pensado? ¿Será que el tipo leía mentes o qué?

-¿Qué? –la miró extraño.

-¿Qué de qué? –respondió ella relajando el entrecejo. Se levantó sacudiendo la tierra de su trasero, sintió que sus tripas crujían. -¡Demonios!, se me olvidó desayunar antes de salir –pensó.

-Te invito a desayunar. Conozco un sitio donde hacen muy bien los desayunos, ¿quieres ir? –le dedicó una sonrisa embriagadora.

-¡Ja! Qué vergüenza, ¿mi estómago rugió tan fuerte? –rió- bueno, si tú invitas, no tengo problema –le devolvió la sonrisa. –Gracias al cielo porque no tenía ni un centavo en el bolsillo y lo más seguro era que tendría que aguantar hasta la noche –pensó aliviada.

“¿Hasta la noche?”, pensó Uriel y la miró preocupado. –Bueno, vamos a ir en tranvía. ¿Te parece?

-Vale, pero después de eso, no sé si te pueda seguir acompañando, a menos que sigas de pervertido degenerado y vengas conmigo a donde voy a ir –levantó la comisura de los labios. –Conociendo a los hombres, lo más seguro es que le aburra el ballet. Ojala no sea así –pensó manteniendo la sonrisa y mirándolo directo a los ojos.

“¿Baila ballet? No pareciera…”
, pensó Uriel. –Todo depende de a dónde vayas. Si es un sitio de mi interés, seguiré siendo un pervertido degenerado –sonrió.

-Bueno, quizás te parezca extraño, pero voy a un pequeño estudio de ballet que queda por aquel edificio de por allá -. Amber señaló un edificio un tanto viejo que estaba ubicado al otro lado de la plaza.

-Está bien –sonrió- te acompaño. ¿A qué hora debes ir?

-Bueno, mm… en realidad nunca hay gente y la dueña me deja entrar gratis y a la hora que quiera. Iba a ir como a las 9:30 o 10:00 –contestó pensativa.

-OK, no tengo nada que hacer hoy. Quiero ver si es cierto que bailas –dijo con incredulidad.

-Ahg, ya verás cuánto te sorprendo –sonrió confiada. -¿Vamos? –convidó Amber empezando a caminar. –Sin ti, no sé dónde queda el restaurante.

-Tranquila, no dejaré que te pierdas –Uriel la guió hasta una esquina de la plaza principal de Shanksville. Allí esperaron a que pasara el tranvía. Cuando llegó, se dieron cuenta de que estaba casi lleno; había un puesto vacío y Uriel dejó que Amber se sentara allí.

Después de tres estaciones, Uriel le hizo señas a Amber de que debían bajarse allí y lo hicieron.

Amber pensó que nunca en su vida encontraría a alguien tan caballeroso, se sorprendió mucho, pensó que los hombres así sólo existían en libros o cuentos de hadas; o quizás era ella la que atraía hombres vanidosos y estúpidos que piensan que ella es un accesorio.

-Con éste tipo a mi lado, me doy cuenta de que los hombres que salen conmigo son todos unas plastas inservibles –pensó mientras sonreía irónica.

Uriel se alegró al escuchar lo que Amber pensaba sobre él; le abrió la puerta del restaurante y esperó a que pasara para él hacer lo mismo. Un camarero los atendió.

-Buon giorno. Benvenuto a “La casa Nostra”, signore e signorina. Tavolo per due?- preguntó el mesero.

-Sì, per favore.

Los guió hasta una mesa junto a una ventana, desde la cual se podía contemplar una laguna de agua cristalina y unas montañas parecidas a los Alpes suizos.

Uriel arrimó la silla de Amber para que se sentara y luego se sentó frente a ella al otro lado de la mesa.

-No tenía ni idea de que en éste restaurante hablaran italiano de verdad, pensé que lo decían en broma -. Rió un poco apenada por no entender ni una palabra de lo que dijo el mesero. –Si hubiera sido francés, habría entendido perfectamente –pensó mientras admiraba el paisaje que se veía a través de la ventana, suspiró un poco y deseó poder imaginar eso mientras bailaba, un paisaje como ese, sería perfecto para liberar su estrés.

Uriel miraba fascinado la belleza de Amber; sus ojos grises perdidos en el paisaje de afuera, su cabello castaño liso y sus pómulos rosados al igual que sus labios.

El mesero les había entregado una carta, como Amber no sabía qué decía, Uriel le tradujo. Ambos se decidieron por unos pasteles de queso ricotta con espinaca.

El camarero volvió con una libreta pequeña y preguntó: -Cosa vuoi ordinare?

-Due torte di formaggio ricotta e spinaci, per favore.

-Che cosa vuoi bere?- preguntó el camarero. Quería saber qué beberían, a Uriel se le olvidó que Amber no entendía y le repitió lo mismo en italiano.

-Che cosa voui bere?- le preguntó a Amber.

Amber frunció el ceño confundida y refunfuñó. -¿Qué? Mira, a mí no me hables así, sabes que no sé hablar italiano. Lo único que sé de Italia es que la pasta viene de allá –se quejó.

-Error, la pasta viene de China, los italianos la mejoraron.

-Ahg, China, Italia, Japón… como sea, el caso es que a mí me hablas en español o en francés –entornó los ojos molesta.

-Bueno, cariño, te pregunté qué quieres tomar.

-Mmm… un jugo de fresas –contestó calmadamente cambiando de actitud con rapidez y volvió a mirar el paisaje.

-Un succo di frogola e un té freddo.

El mesero asintió. –Porterà il vostro ordine.

Amber escuchó la traducción de Uriel un tanto distraída, pero luego comenzaron a conversar sobre su vida personal.

-¿Y qué edad tienes? –preguntó Amber mirándole a los ojos.

A Uriel le pasaron sus 600 años de vida por la cabeza y contestó: Veinticuatro. ¿Y tú?

-Creí que serías mucho más viejo que yo -. Rió.

“Y no sabes cuánto…”
, pensó Uriel.

-Tengo veintidós –sonrió- ¿Y qué estudias?

-Voy a estudiar piano. Supongo que tú sólo practicas ballet y estudias francés.

-Ajam, aunque algunas veces me dedico al arte callejero –sonrió- no soy tan buena, pero lo hago decentemente bien.

-En pocas palabras, eres graffitera… Vándala.

Amber se carcajeó hasta que no pudo respirar bien, se calmó un poco y sonriendo le dijo: -supongo que sí, pero déjame decirte, querido, que ahora se llama arte callejero.

-¡Igual! Sigues siendo vándala. Y si eso eres, no creo que seas una buena bailarina.

-Mmm… sigue pensando lo que quieras –sonrió pícaramente y desvió nuevamente su mirada hacia el paisaje. –Que piense lo que quiera –se repitió en su mente. –No puedo obligarlo a que me crea, Katy y Thony tienen razón, no tengo el aspecto de una bailarina; más bien parezco toda una… ¡Vándala!- rió entre dientes y luego suspiró.

Uriel sonrió cuando escuchó que Amber admitía que su aspecto era el de una vandálica.

El mesero llegó con su pedido. –Buon appetito!

Ambos empezaron a comer, a Uriel no le importaba si comía o no; en cambio Amber sentía la gloria en su paladar. Los pasteles estaban exquisitos y estaban muy bien de sal. El batido de fresas de Amber estaba dulce, y el té de Uriel estaba tan frío como le gustaba.

-Está demasiado rico –sonrió, en esa llegó el mesero con una copa llena de sobrecitos de Nutella, Amber lo miró maravillada y lentamente empezó a coger un sobrecito tras otro y meterlos en los bolsillos de su chaqueta mientras comía su pastelito.

-¡No hagas eso! –Uriel puso los ojos como platos.

-Shhh… ¡Si eres escandaloso! –Dijo casi susurrando –además, eso es gratis, ¿no? Y es para comérselo. No hay que desperdiciarlo.

Uriel casi se orina de la risa, tomó como cinco sobres de Nutella, los guardó en el bolsillo de su pantalón y pensó que Amber era una loca. –Mi piaci- le dijo sonriendo.

-¿Qué? –preguntó Amber. –Bueno, la tuya por si acaso.

Uriel carcajeó, le había dicho que le gustaba. –Menos mal que no entendiste. Pero, no te insulté, confórmate con eso –una despampanante sonrisa se dibujó en la comisura de sus labios.

Amber sintió que un leve rubor se acumuló en sus mejillas, miró hacia otro lado para que Uriel no lo notara. –Am… este… bueno, ya vengo. Voy al baño –se excusó Amber.

Amber fue al baño, pero Uriel notó el rubor de sus mejillas, sonrió satisfecho y le pareció tierna. “Ya hiciste que se sonrojara…”, pensó.

Amber llegó al baño a duras ya que, al parecer nadie en ese restaurante hablaba español. Se miró al espejo y respiró hondo.

-Si soy ridícula, ¿cómo me voy a sonrojas, sólo porque me sonrió? –se dio pequeños golpecitos en los cachetes –Ahg, necesito un cigarro… ¡Demonios! Los dejé en el bolso y no voy a fumar frente a él, será para que me diga marihuanera –refunfuñó.

Respiró hondo tres veces, se acomodó el cabello y trató de guardar la compostura. –Relájate… guarda la compostura –se dijo a sí misma. -¡Rayos! –sacó uno de los sobrecitos de chocolate que tenía en el bolsillo y lo comió. –Ahora sí -. Salió del baño mucho más relajada.

Se llegó hasta la mesa en donde Uriel lucía imperturbable, se sentó y le miró, éste sonreía.

Uriel notó un poco de chocolate en su labio inferior. –Tienes…-le hizo señas con el dedo de que tenía algo en los labios. Amber se limpió el lado incorrecto y él se acercó a ella. Le pasó su dedo pulgar suavemente por su labio y le limpió el trozo de chocolate; luego se lo llevó a la boca y lo saboreó. –Mmm… el chocolate sabe mucho mejor viniendo de tus suaves labios-.

Amber quedó en shock. Sus mejillas se tornaron del color de las amapolas: un rojo intenso. –E… es… este bu… bueno –tartamudeó un poco, carraspeó la garganta -¿Ya… ya pagaste la cuenta? –preguntó. Los platos vacíos ya habían sido retirados y sólo quedaban los vasos a medio tomar de jugo de fresas y el té frío.

-Sí, ya pagué –sonrió- ¿No te terminarás tu jugo? –Uriel agarró su vaso de té y bebió lo que quedaba.

Amber cogió su vaso y bebió lentamente lo que quedaba de jugo, no apartaba la vista de Uriel, le miraba escéptica.

-Es demasiado bueno para ser real –pensó mientras bebía- tiene que haber algún truco, algo me esconde, estoy segura.

Uriel suspiró con pesadez al oír su pensamiento. “Oculto demasiadas cosas, Amber”, contestó en su mente sin dejar de mirarla. “A veces es mejor que no sepas muchas cosas, y si llegas a saberlas, serán con otra versión”.

-Son las 8:20 –le avisó. -¿Nos vamos?

-Bueno –se limpió la boca con la servilleta. Uriel se levantó rápidamente y la ayudó a pararse de la silla –demasiado caballero –pensó. –Ahg, quisiera saber qué esconde; es demasiado misterioso… bueno, ¿qué más da?, ya parezco una vieja chismosa, si el tipo es un ovni, con tal de que no me lleve para su planeta, por mí no hay problema.

Uriel casi no aguantaba la risa, le causaba mucha gracia todo lo que pasaba por los pensamientos de Amber. Caminaron juntos hasta la entrada del restaurante y el mesero que los atendió les abrió la puerta.

Amber aguantaba las ganas de fumar un cigarro y trataba de no mirar mucho a Uriel porque se sonrojaba- Uriel no dejaba de observarla y detallarla; no le importaba si ella lo miraba y en algún momento lo insultara. Quería conocer aún más su lado rudo, le llamaba mucho la atención; lo único que le desagradó fue que fumaba.

Amber suspiró y miró al cielo mientras caminaba junto a Uriel; inconcientemente, como siempre hacía cada vez que estaba distraída, se ponía de puntilla lo más que podía y caminaba saltando hasta donde sus zapatos le permitían y otra vez comenzaba a andar normalmente.

Uriel moría de ganas por verla bailar. Le había encantado la elegancia del ballet clásico desde que lo inventaron. Desde que crearon ese baile, siempre se ha imaginado tocando el piano para una bailarina hermosa y profesional. Ya él era pianista, quizás Amber fuese su ballerina deseada.

Tomaron nuevamente el tranvía hasta la plaza, esta vez había mucha más gente, así que fueron apretujados uno frente al otro, Amber fruncía el ceño porque quedaba demasiado bajita en comparación con Uriel que parecía una torre de contención.

-Mierda, siento que me asfixio aquí abajo –pensó tratando de ponerse de puntillas. -¿Cuándo vamos a llegar?

Uriel sonreía porque ella se sentía incomoda frente a él; la veía indefensa y sentía una gran necesidad de protegerla. -¿Cuánto falta? -le preguntó.

-Falta poco –sonrió- eso creo, o más bien espero –empezó a transpirar un poco y a sentir mareo. –Sí, espero que lleguemos ya –cerró los ojos y tragó saliva, trató de mantener la calma, pero empezó a jadear. –Tengo que resistir. Esta claustrofobia estúpida mía… -pensó tratando de controlar su respiración.
Uriel se preocupó y se abrumó al verla. -¿Te sientes mal? –le acarició el cabello.

-No es nada, me pasa siempre –contestó pálida y recostando su frente contra el pecho de Uriel. –Pero…-comenzó a hablar- ¿me puedes abrazar un rato? –pensó eso último porque su debilidad era tal, que ya no podía articular palabra.

Uriel la circundó con sus fuertes brazos y la sacó de allí en un microsegundo. Estaban en la esquina de una calle, él continuaba abrazándola sin problemas mientras que olfateaba su cabello que olía a lavanda. A Uriel le gustaba el olor de esas flores.

Amber sintió que el nudo en su estómago iba desapareciendo poco a poco, sintió una leve brisa en sus mejillas y su lucidez volvía con lentitud. Abrió los ojos y se encontró de cara a Uriel que tenía cara de preocupado.

-Te ves terrible –comentó ella sonriendo aún pálida, respiró hondo varias veces y le miró directo a los ojos; sus rostros estaban tan cerca el uno del otro que sus alientos se entremezclaban –mm… ya me siento mejor –dijo un poco sonrojada. –Ya me puedes bajar.

Uriel la soltó con delicadeza, la miró por un momento y luego le preguntó: -¿Quieres que te compre algo de beber?

-No, gracias. Tranquilo –sonrió- por cierto, ¿cómo llegamos aquí? –miró a su alrededor y estaban justamente frente al edificio donde Amber practicaría ballet.

-Te desmayaste… te saqué del tranvía cuando te pusiste mal. Así fue como llegamos aquí –mintió de cierto modo.

-Amm… que cosa más extraña, sentí que me teletransporté o algo –rió- debo de estar leyendo mucha mierda en la biblioteca –se estiró un poco. –Ahg, ya me siento mejor.

-¿Dónde iras a practicar? ¿Crees que me dejen entrar? –sonrió.

-Aquí mismo, en éste edificio –señaló hacia su costado –yo te dije que era aquí, y tú tranquilo que sí pasas. Conozco a la dueña y le encantan las caras nuevas –aseguró- vamos.

Se adentraron al edificio viejo, no tenía ascensor, así que subieron 2 pisos por las escaleras, llegaron a una puerta que tenía un cartel que decía “Nostrade’ Studio”. Amber tocó dos veces a la puerta e hizo sonar timbre una vez para luego tocar la puerta una vez más. Después de unos instantes, se escuchó un griterío en lo que parecía ser francés inteligible, se abrió la puerta y una anciana de más o menos unos 60 años de edad.

-¡Grand-mère! –exclamó Amber con perfecta pronunciación.

-¡Oh, mi niña! –la anciana un poco más pequeña que Amber la abrazó apretujándola contra su enorme pecho y luego la sostuvo por los hombros jamaqueándola. –Qué bueno que llegas, estos niños no sirven, tienes que enseñarles –la anciana la haló por la muñeca para que entrara, Amber le hizo señas a Uriel para que las siguiera.

“Esta vieja está loca, va a matar a Amber. Ya casi le da un soponcio en la tranvía y viene ella y la bate como un jugo”, pensó Uriel. Le preguntó a Amber si se podía sentar en un banco de madera que estaba allí mientras ella bailaba, Amber asintió y le sonrió.

La anciana llegó con dos chicas y un chico de aproximadamente 12 años cada uno, el niño tenía un pequeño radio en el brazo; Amber saludó a los niños con la mano y éstos, sonrientes, le devolvieron el saludo: la anciana le ordenó al niño que pusiera la música.

Un Adagio pianissimo empezó a sonar y Amber se colocó de puntillas en posición inicial: con los brazos arqueados; luego, a medida que el compás de la música se aceleraba el passé de Amber coincidía en perfecta sintonía con ella. Su baile era estilizado y hermoso; cada paso que daba se acoplaba a la música o más bien, la música parecía acoplarse a ella.

Uriel amaba la sinfonía que sonada, la reconoció en un dos por tres, era “Sonata de la tempestad” de Beethoven. Se imaginó a sí mimo tocando esa sinfonía en un teatro de Francia para que Amber bailara.

El cuerpo de Amber se movía con delicadeza y elegancia al ritmo de la música. Uriel no dejaba de admirarla; sentía que veía a una muñeca de cristal bailando de aquí para allá, que en cualquier momento, si hacía un movimiento muy brusco, podría romperse y él moriría de dolor al verla quebrarse. Sin duda alguna, a Uriel le empezaba a gustar Amber.

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