viernes, 19 de marzo de 2010

Capítulo I: siguiéndote desde las sombras.

Desde hace 600 años, he venido desde las sombras para vengarme… Todo gracias a un pacto de poder sobrenatural que se llevó mi mortalidad.

Hace muchos siglos, hice algo, aunque no me arrepiento de haberlo hecho, tuve que pagar por ello; lo que me ha condenado a seguir como un muerto en vida. Incluso, me he visto obligado a cambiar de hogar y hasta de nombre. Pero ahora, en este siglo, el siglo XXI, decidí llamarme como al inicio de mi vida: Uriel.

Usé el mismo estilo de antes, sólo que más modernizado. Mi piel era un poco tostada, mis ojos tan marrones como el cacao; dejé crecer un poco mi cabello liso y negro, a lo igual que mis patillas y el candado alrededor de mi boca. Mi forma de vestir era con una camisa manga larga, siempre negra; jeans o pantalones negros, zapatos de vestir y lentes de sol.

Era extraño ver como los siglos pasaban como si fuesen días. Esa era mi nueva realidad…

Una mañana, iba en mi One-77 de color negro hacia la ciudad Shanksville, ubicada al sur del país Castlevania. También, me acompañaba Caleb, un anciano que ha vivido conmigo por 70 años. Él ha sido como mi hermano, mi mejor amigo y ahora es como mi padre.

-¿Adónde iremos? -preguntó.

-A Warrent –contesté.

-¿Y eso es…?

-La nueva casa que mandé a construir hace 2 años en Shanksville.

Titubeó. -¿Es muy grande?

-Lo suficiente para que tus pertenencias y las mías quepan.

Aceleraba a 150km/h.

-Hijo, bájale a la velocidad –se quejó.

-Quiero llegar rápido. Además, si me estrello, no moriré. Mi alma prosigue y mi cuerpo no envejece.

-Pero el mío sí, por si no te has dado cuenta. Y si nos estrellamos, también puedo morir, ya estoy demasiado viejo para estar inventando.

-Aún te quedan 28 años de vida; lo he visto. Así que cálmate, hoy no morirás.

-¿Sabes algo? –Hizo una pausa- es difícil ser tu padre.

-Deberías estar acostumbrado. Me has tratado como tu hijo desde que tienes cuarenta.

-Sí, y tú deberías ser mi tatarabuelo o algo así.

-No, técnicamente tengo 24 años.

-Si tú lo dices…

-Los aparento. Eso es lo que importa.

Pasamos por varias curvas y el resto del camino fue recto.

-¿Crees que la encuentres aquí? –indagó.

-No lo sé. Tal vez me la encuentre y cuando esté frente a mí, no la reconoceré.

-¿Por qué?

-He visto tantas que creo que ya olvidé cómo es…

-Ya los siglos te están afectando.

-Posiblemente.

Pasamos frente a un castillo enorme de piedras con una laguna oscura que lo rodeaba.

-¿Qué será eso? ¿Sólo un castillo? –pregunté.

-¡Por supuesto que no! Es la Universidad más reconocida en Castlevania.

-Lo siento, no sabía. ¿Cómo se llama?

-University Central Castle.

Sonreí con un poco de maldad. –Ya sé qué haré.

-¿Qué estás maquinando en esa cabeza rodeada de una maraña de pelos?

-Hey, tú eres casi calvo y no te digo nada.

-Te hice una pregunta, Uriel.

-Me inscribiré en esa universidad. Estudiaré música.

-¿Qué más vas a estudiar de música? Te sabes casi toda la evolución de ésta desde la época medieval.

-Lo sé, pero me gusta, ¿qué puedo hacer?

-¿Qué instrumento tocarías?

-Piano.

-¿¡Piano!? Uriel, ¿sabes que tienes casi 300 años tocando piano, no?

-Sí –sonreí.

-Eres más experto en piano que el que compuso Pour Elise; hasta más viejo eres.

-Beethoven, Caleb. Se llama Beethoven. ¿Y qué tienes en contra de los viejos? –lo miré con reprobación.

-Eso suena irónico… Uriel, no tengo nada en contra de los viejos. Yo soy uno. Sólo te digo que deberías estudiar algo que no sepas.

-¿Y qué no sé?

-Ese es el problema. Tienes casi todos los años de la Tierra viviendo aquí.

-No exageres –Estacioné el auto en un aparcamiento para ver dónde se podía atravesar la laguna y llegar a University central castle. Me bajé del auto.

-Eres necio –dijo Caleb al bajar. Yo le coloqué la alarma al carro.

Me quité los lentes y el sol me quemó un poco la vista. -¡Ag! Maldito sol –fruncí el ceño.

-Shhh… No maldigas al sol. ¿Qué harías sin él?

Lo miré con desaprobación. –He vivido 400 años escondiéndome del sol, pensando que podría hacerme daño. No me preguntes qué haría sin él, porque créeme, haría muchas cosas.

-Cierto. Fue una pregunta tonta.

Un hombre medio jorobado, de poca estatura comparado conmigo, se nos acercó.

-Bienvenidos. ¿Qué desean? –preguntó con voz ronca. Tenía un ojo más abierto que el otro.

-Nada. Debemos irnos –contestó Caleb y le lancé una mirada de hachas al tiempo que le gruñía.

-Quiero saber cuáles son los requisitos para entrar a la universidad –contesté.

-Primero deben hacer aquella fila –Dijo el sujeto señalando a la hilera de gente que estaba sobre un muelle. –luego, al llegar al castillo, verán a un hombre vestido de negro con amarillo. Él se encargará de guiarlos hasta las oficinas principales de la universidad.

-¿Para qué hay que hacer la fila? –preguntó Caleb.

-Para montarse en el ferry que saldrá a las 8 –contestó.

-Dentro de 20 minutos –comenté.

-Entonces debemos darnos prisa.

Caminamos hasta la hilera y yo esperaba que los minutos pasaran rápido.

-Sinceramente, creo que te equivocas metiéndote aquí, Uriel.

-Caleb, sé lo que hago. Soy mayor que tú –Una mujer mayor de edad estaba al lado de nosotros y nos miró extraño, o por lo menos, así me vio.

-No, tú tienes 24 años, ¿recuerdas? –dijo fingiendo una sonrisa.

-Claro…

Finalmente, llegó el ferry. Yo me arreglé la camisa y me coloqué los lentes. Caleb y yo subimos y nos pusimos en la proa del ferry para ver el paisaje.

-Te pareces a Michael Jackson vestido así. Sólo te falta el paraguas –comentó Caleb.

-¡Ja! Sí, soy su reencarnación. ¿Quieres un autógrafo?

-No, gracias. Me basta y sobra con vivir contigo desde que nací.

-Menos mal.

-Tengo hambre. Iré por unos pastelitos y jugos. ¿Quieres?

-Sí, tráeme uno. Que el jugo sea de naranja, por favor.

-OK, ya vuelvo –Caleb se dirigió a la cabina donde vendían comida, caramelos y algunos estudiantes jugaban juegos de apuestas.

Unas chicas se acercaban disimuladamente hasta mí. Las observé por el rabillo del ojo y me dediqué a escuchar sus pensamientos. Me reí al oír que una sería capaz de darme un hijo.

-¿Estás loco o qué? Andas riéndote sólo –Caleb llegó con los pastelillos y dos jugos.

-No estoy loco… -seguí riendo.

-¿De qué te ríes?

-¿Ves a la chica de verde que está por allá? –Hice un gesto con la cabeza hacia donde estaba una joven de cabello castaño liso, ojos verdes y buen físico.

-Aja.

-Quiere darme un hijo –me burlé.

-No inventes.

-Otras andan preguntándose si tengo novia…

-Tú podrías responder la pregunta con la que murió Freud: “¿qué quieren las mujeres?”

-Las mujeres quieren muchas cosas –le respondí mientras le daba un sorbo a mi jugo.

-¿Cómo qué?

-Como que te fijes en los gestos que hacen, o en lo mucho que se arreglan para uno…

-Quisiera tener ese don.

-Este don no me sirve de mucho. Aunque sé qué quieren, como soy hombre, por naturaleza no me doy cuenta de esos detalles.

-Me pregunto qué pensarán las mujeres de mí.

Carcajeé. –No quieres saber. Tal vez piensen que estás más arrugado que una pasa.

-Uriel, no le faltes el respeto a tu padre –frunció el ceño.

-Lo siento.

-¿Puedes dejarme escuchar a una?

-¿De verdad quieres oírlas?

-Sí, déjame oír a una.

Busqué a una mujer que estuviese pensando en él y con mi telepatía, dejé que Caleb escuchara sus pensamientos.

“Qué hombre más guapo ese de lentes oscuros. Pero ese viejo que está a su lado…Tiene más arrugas que la pata de una gallina.”

-Qué horror –Dijo Caleb decepcionado mientras yo me reía con ganas.

-Te lo advertí.

-Como digas…

Escuché el pensamiento de otra: “es atractivo ese chico de lentes oscuros. Me parece conocido…” Me sorprendí y la busqué con la mirada.

-¿La escuchaste? –Le pregunté a Caleb.

-¿Qué cosa?

-El pensamiento de una chica –seguí observando. –Dijo que le parezco conocido…

-No, no activaste tu modo telepatía para oírla –contestó Caleb riéndose.

Bufé. –Qué importa…

El ferry llegó al muelle y unos guardias nos hicieron desabordar.

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