jueves, 25 de marzo de 2010

Capítulo V: Si pudiera matar con la mirada…

Después de que me tomaran la foto, Ivan me sacó el carnet; tenía de fondo el castillo con el lago, mi foto en una esquina, mi número de carnet, nacimiento, fecha de vencimiento y mi nombre.

Caleb tenía hambre, y el padre de Lestat nos esperaba en el comedor de la universidad. Mientras íbamos de camino al comedor, Lestat terminó de contarme la historia sobre el Alp que había nacido en ese lugar. Según me contó; cuando comenzaron los problemas con los seres de la oscuridad, descubrieron que el rey se infiltraba en los sueños de los niños, de las mujeres y de algunos hombres para poder alimentarse de su sangre y de la leche de las mujeres; gracias a eso, los habitantes del pueblo lo llevaron a su muerte.

Tiempo después, el palacio había quedado como un lugar turístico, hasta que Mikhael le ofreció una gran cantidad de dinero al dueño, y lo convirtió en lo que es hoy en día University Central Castle.

-Muy bien –dijo Lestat- Aquí el almuerzo a veces es una porquería, y otras veces es lo mejor que puedan comer –chasqueó sus dedos y señaló el plato- Hoy es una porquería el almuerzo gratis, pero los que son pagados están excelentes, por lo menos los de hoy sí.

-¿Qué hay? –preguntó Caleb.

-Pasta con champiñones, ensaladas y carne.

-Quiero una pasta –pidió.

-Yo carne –dijo Lestat saboreando el plato. -¿Y tú? –se dirigió a mí.

-No padezco de hambre.

-Esta mañana comiste un pastelito –comentó Caleb.

-Comí por comer.

La hilera de gente estaba larguísima. Un grupo de una mesa saludaron a Lestat, él les devolvió el saludo con la mano; al lado de ese grupo, estaba Mikhael con sus sirvientes y con tres puestos reservados.

-Uriel, mientras estés aquí, tienes que aparentar ser normal.

-OK, quiero carne.

-¡Eso es! –llegamos a la caja y pedimos la comida. Yo pagué mi plato y el de Caleb. No tardó mucho en estar lista, quizás 15 minutos.

Caleb y Lestat caminaron hacia las mesas, de último fui yo porque me entregaron la comida después. Primero compré una bebida en la máquina dispensadora de refresco, luego caminé cuidadosamente hacia la mesa, pero una chica me tropezó la bandeja y casi hace que se me caiga. Respiré hondo y esperé a que pidiera disculpas, pero como no lo hizo, la miré gélidamente.

-¿Qué? –gruñó con mala cara.

Me enfurecí y entorné los ojos a rojo escarlata; después sentí el olor de su sangre, era del tipo de mi gusto, así que cambié mis ojos a su color normal y me resistí a responderle para que las cosas no llegaran lejos. Ella me miró extraño y parpadeó varias veces; en sus pensamientos pude ver que pensaba que lo que había visto era una locura y que ya se estaba volviendo loca. Dejé que siguiera de largo, Ivan iba junto con ella y escuché que le dijo que le hubiese gustado verla pateándome el trasero; bufé y seguí hacia la mesa del padre de Lestat.

-¿Por qué te tardaste? –me preguntó Caleb.

-Por nada –puse la bandeja en la mesa y seguí de pie. Aún recordaba el olor de la sangre de la chica. Mis colmillos comenzaron a salir y los ojos me volvieron a cambiar de color. –Su sangre…-musité.

Habían pasado 40 años desde la última vez que maté a un humano para alimentarme, y sólo había pasado una década desde la última vez que pelee con otro vampiro y lo maté.

Desde que Caleb comenzó a trabajar en el hospital como el que analiza los resultados de los exámenes de sangre, no tuve que volver a matar a los humanos. Cree un banco de sangre para poder alimentarme de la que donaba la gente. Pero, hace mucho que no consumía el tipo de sangre que tenía esa chica.

Lestat se alteró y se paró enfrente de mí. –Cálmate, estamos en el comedor. Sólo los sirvientes de mi padre, Caleb y yo sabemos lo que eres. Se supone que en este sitio, todo el mundo es normal.

Apreté mi mandíbula con fuerza y respiré. Volví a ser el mismo de siempre y me senté a comer.

-Buen apetito –dijo Mikhael.

-Igual –respondimos varios.

Al rato llegó un muchacho en una silla de ruedas con su bandeja y se colocó en la mesa de al lado. Lestat lo miró extraño.

-¿Qué pasa? –le pregunté.

-Ese chico es nuevo –habló en voz baja.

-¿Y?

-No creo que sea humano. Estoy casi seguro de que es un vampiro.

-No seas paranoico. Es un paralítico, sólo eso.

-¿Pondrás en duda los poderes de mi hijo? –preguntó Mikhael.

-No, sólo digo que parece demasiado normal como para ser uno de los míos…-contesté.

-No juzgues a un libro por su portada –dijo Lestat.

Una chica con una minifalda negra, una camisa de seda blanca con una corbata de rayas y tacones, se acercó a nosotros. Parecía que llevaba puesto un uniforme de los liceos japoneses.

-Hola, Lestat –le saludó poniendo un brazo alrededor de su cuello y dándole un beso en la mejilla.

-¿Cómo estás, Agnes? –le preguntó sin apartar la mirada del plato.

Al parecer, todos en las dos mesas estaban embelezados con la belleza de Agnes, a excepción de Lestat y yo; ¿pero quién no lo estaría si esa mujer tenía unas curvas perfectas? Era hermosa, tenía los ojos de color verde, la piel un poco bronceada, sus labios pintados de rosa y el cabello liso, largo hasta sus caderas y castaño.

-Estoy muy bien –sonrió. –No me llamaste después de…- le dijo algo al oído y sentí como si me lo hubiese dicho a mí.

-Eso fue hace tres semanas –dijo él despreocupado.

-¡Pero, Lestat! Pensé que te gustó.

-Y no te equivocas. Me gustó, pero hasta ahí.

Agnes se puso de pie, se cruzó de brazos y frunció el ceño. -¿Cómo puedes ser tan descarado?

-Hay más hombres en esta mesa, primor –le recordó Lancelot.

-Es cierto, y con todos te la llevas bien. Escoge a uno –le recomendó Smith.

-A ti no te conozco –se refirió a mí.

-Él es Uriel, un amigo de mi hijo –comentó Mikhael.


“Es guapísimo”
, escuché sus pensamientos. –Mucho gusto. Soy Agnes –me extendió su mano.

-Igualmente.

-¿Puedo sentarme con ustedes? –preguntó y arrimó una silla.

-Claro –Caleb le hizo un espacio entre los dos.

-Gracias –ella le regaló una delicada sonrisa y se sentó. –Y dime, Uriel –puso una mano en mi rodilla- ¿Qué estudiarás?

Vi su mano. Caleb movió sus cejas rápido y continuó desayunando. –Estudiaré piano.

-¡Oh, qué bien! –sonrió.

-Ella estudia lo mismo –glosó Lestat.

-Sí, seguro veremos todas las clases juntos –se acercó tanto a mí que invadió mi espacio personal.

Fingí una sonrisa. –Qué bien, ya conozco a alguien.

-Puedo enseñarte muchas cosas si no sabes mucho…

Todos en la mesa casi se ahogan al reírse cuando Agnes dijo eso.

-Claro, cualquier cosa, yo te pido ayuda.

-Agnes, ¿no deberías estar con tus clones? –le preguntó Lestat con la intención de espantarla.

Agnes miró su reloj de muñeca y puso los ojos como platos. -¡Es cierto! Ya debo irme. Cuídate, Uriel- me dio un beso en la mejilla. –Adiós, Lestat –se fue y todos la siguieron con la mirada, menos Lestat y yo que continuamos con nuestro almuerzo.

-Hijo, ¿por qué no te haces novio de ella? Es muy bella –dijo Mikhael con un trozo de carne en la boca.

-¿Qué? Nah, ¿estás loco? Esa mujer es insoportable. Además, es como los condones. Sólo sirve para una vez y ya –Todos en la mesa reímos después del comentario.

Después de comer, Lestat no mostró casi todo el castillo a Caleb y a mí. Era precioso y gigantesco. Tenían una biblioteca de 8 pisos. Me fascinaba leer, casi me vuelvo loco al ver la biblioteca. Había cualquier cantidad de libros; cada piso era para una materia en específico: matemáticas, sociales, química, física, literatura, música, diseño, y leyes.

-Cuando tenga horas libres, me dedicaré a la biblioteca –comenté.

-Mejor practica un deporte –dijo Caleb.

-Cierto, o baila con las chicas de ballet, ya que te llamó la atención una de ellas –se burló Lestat.

-Me gustó cómo bailaba, nada más –fruncí el ceño.

-Seh, claro, claro…

Lestat me mostró las canchas de futbol, de tenis, basketball, béisbol, voleibol y la piscina para practicar natación. También había un gimnasio; pensé en meterme allí cada vez que pudiera.

A las 7 de la noche, ya Caleb no quería caminar más, estaba cansado; así que decidimos irnos a casa. Lestat nos acompañó hasta el muelle del ferry, él se iría más tarde.

Una vez en el ferry, Caleb y yo entramos en la cabina donde los alumnos jugaban cartas. Nos pusimos a hablar hasta que él se quedó dormido y me dejó hablando solo. Me reí y pensé “ya está viejo”. Faltaban 20 minutos para llegar al otro muelle, así que salí del vagón y apoyé mis manos sobre la baranda. Vi la luna plateada en lo alto, las estrellas acompañándola y haciendo figuras onduladas en el agua del lago. Sinceramente era un paisaje hermoso. Por un momento recordé a la chica que bailaba en aquel salón del castillo y pensé en qué hubiese pasado si se daba cuenta de que la observaba. Era preciosa, ¿quién podría ser?

El ferry arribó y fue a la cabina a despertar a Caleb. Estaba soñoliento y no coordinaba bien lo que decía, creo que lo único que le entendí fue que tenía mucho sueño. Al llegar al carro; ya me había quitado los lentes y comencé a manejar hacia Warrent.

Al llegar, contemplé la gran casa… Con sus amplios espacios verdes, una fuente con una Diosa griega; jardines, caminos de piedras y las altas rejas con cerco eléctrico en la parte de arriba. La casa era grande, tenía ventanales por todas partes, era de dos pisos, de color blanco con el techo negro, 2 balcones (uno al frente y uno en la parte de atrás de la casa), los cuales estaban sostenidos por dos columnas tipo griegas.

Con un control, hice que se abriera la reja y entré con el carro, ésta se cerró y yo me bajé para despertar a Caleb.

-Caleb –le moví el hombro. –Ya llegamos.

Caleb abrió un ojo y después el otro. -¿Dónde estamos? ¿En un hotel?

-No, en la casa que mandé a construir.

Puso los ojos como platos. -¡Uriel! Esto no es una casa, es una mansión –me miró con desaprobación. –Como te encanta gastar dinero. Nada más viviremos aquí tú y yo, y después de que muera, sólo vivirás tú.

Reí. -¿Te vas a quedar criticándome toda la noche o quieres entrar a dormir en tu habitación cómoda?

Caleb asintió. Le puse la alarma al auto y entramos a la casa. Prendí las luces y vi que la amueblaron exactamente como yo ordené. El piso era de cerámica y tenía figuras abstractas. A la derecha estaban las escaleras hacia el segundo piso, a la izquierda estaba una sala con chimenea, un mueble, un radio y una TV plasma; al final estaba un comedor, otra sala y la cocina.

-¿Dónde dormiré? –preguntó Caleb.

-En uno de los seis cuartos de arriba. Escoge el que quieras; todos tienen baño.

Ambos subimos; él escogió una habitación y yo fui directamente a la del fondo que tenía el balcón trasero. Allí estaba mi cama matrimonial con sábanas de seda y mosquitero del mismo material, el baño a la izquierda, una TV, el closet y una minibiblioteca.

Me eché un baño de agua tibia y bajé al primer piso para tomarme un té; Caleb también bajo y me vio sentado en el mueble frente a la chimenea prendida.

-¿No dormirás? –preguntó.

-Ya no te sirve la memoria… Yo no duermo –le respondí.

-Lo siento, el sueño me consume…- se sentó al otro extremo del mueble. -¿A quién ibas a matar hoy en el comedor?

-A una chica… Su sangre es O-, y yo amo ese tipo de sangre. Ninguno de los que han donado, la tienen.

-No es un tipo de sangre muy común.

-Lo sé. Era el mismo tipo de sangre de Amelia.

-¿De Amelia? ¿Seguro?

-Sí.

-Ya veo por qué te enfureciste.

-Pero, no era ella.

-¿Cómo lo sabes?

-Algo en su mirada… No sé, es distinta a la Amelia que estoy buscando. No puede ser ella.

-Si eso es lo que crees.

-No lo creo. Estoy seguro de que no es la misma.

-Bueno, si es así, no tienes que matar a nadie.

-Aún…

-Voy a dormir. No puedo ni con mi alma; ya el lunes tengo que trabajar y mañana es sábado. Buenas noches.

-Que descanses.

Caleb subió al segundo piso y yo me quedé viendo la llama de la chimenea mientras bebía la taza de té.

Un pensamiento vino a mi cabeza: “¿Podrá ser Amelia?”

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