viernes, 28 de mayo de 2010

Capítulo XIX: Reflexiones.

Llegué a mi casa alterado, con el corazón latiéndome a millón y muy decepcionado. Todo era demasiado confuso. ¿Cómo había podido enamorarme de la misma mujer que me amargó la vida hace tanto tiempo? ¿Cómo carajo Amber podía ser Amelia? ¿Y cómo DIABLOS no me di cuenta que era ella?

Caleb bajó las escaleras y me vio extraño al ver que me sobaba las sienes y no me despegaba de la puerta. -¿Por qué carajo tú llegas a esta hora?

-La vi, papá. La recordé.

-¿De qué hablas?

-Amber… Amber es Amelia.

-¿La que trajiste para acá la otra vez?

Solamente asentí.

-¿Cómo sabes que es ella?

-Porque la reconocí…

-¡¿En serio?! No me digas… Carajito, te estoy preguntando cómo la reconociste, cómo sabes que es ella.

Todo lo que pasó en la habitación de Amber pasó por mi cabeza como una flecha. –La besé –me sonrojé un poco y fui hacia la cocina.

-¡¿Qué tú qué?! –Caleb me siguió hasta la cocina con cara de horror.

-Cuando lo hice no sabía que era ella.

-¿Tú eres pendejo?

-Nos tenemos que ir de aquí… -negué con la cabeza y busqué cualquier cosa de beber en la nevera.

-Ah, no. Ahora vas a enfrentar ese problema. Tú me trajiste hasta aquí para buscar a esa mujer. Ahora debes matarla como lo has hecho siempre desde la primera vez, sino te lamentarás toda tu eterna existencia por no hacerlo.

-No puedo –dije sin mirarlo.

-Claro que puedes. La primera vez lo hiciste, y el resto de las otras veces también, ¿por qué ahora no?

-Simplemente no puedo –negué con la cabeza y bajé la mirada.

-¡No! Tiene que haber un por qué. Tú viniste desde tan lejos para lograr un objetivo, ahora tienes que hacerlo. Tienes que matar a la tal Amber esa.

-¡No puedo! –gruñí.

-¡¿Y POR QUÉ COÑO?!

-Porque… -suspiré. –Me enamoré de ella.

-No me jodas, Uriel. Tantos siglos y ahorita es cuando te vas a enamorar… Después de que le hiciste de todo. ¿No y que eres vampiro? ¿No y que no tienes sentimientos ni alma ni nada?

-Creo que se equivocaron con esa teoría…

-Bueno, me sabe a heces lo que sientas ahora. A lo mejor estás obsesionado con su sangre y ya.

-No es eso.

-Resuelve, Uriel. ¡Resuelve! ¡¿Quién te manda a estar enamorandote como un pánfilo?!

-Bueno, ¡¿sabes qué?! ¡Si es mi problema! –Subí a mi habitación y escuché unos cuantos regaños y sermones de Caleb, pero no les presté atención. Me di una ducha y quise salir, pero antes fui a la habitación donde tenía el banco de sangre; me alimenté por un rato mientras pensaba adónde ir. Luego de eso, decidí ir a un lugar lo más lejano posible de la ciudad. Subí a mi auto y empecé a manejar lejos de Shanksville.

Encendí la radio a mitad de camino, no quería escuchar el CD que estaba puesto. Necesitaba ir con la mente despejada mientras manejaba, pero la primera canción que pusieron fue la de Chayanne-quisiera ser. Recordé cuando Amber estaba a mi lado precisamente cuando íbamos por la carretera que acababa de tomar y me dijo que le gustaba esa canción.

-¡No me jodan! –le grité al equipo y cambié de emisora. La siguiente no tenía señal, muchas más estaban así y seguí cambiando hasta que llegué a otra, en esa pasaban perdido sin ti de Ricky Martin. –Bien buena la cuestión. Ahora ni la radio quiere dejarme pensar –me detuve a mitad de camino y le di un golpe al volante. La canción seguía sonando. Apoyé mi frente sobre mis brazos que estaban en el volante y respiré hondo. –Necesito pensar… -musité. La canción iba terminando: “Si me falta tu presencia, yo me pierdo buscándote. Cierro mi vida, cierro para mí el libro blanco de mi vida, el libro blanco de mi vida… Perdido sin ti…”, levanté la cabeza, miré el equipo del carro y lo maldije mil veces. –No me ayudes, hijo de tu empresa –fruncí el ceño y lo apagué. Me recosté del asiento y observé el lugar a mí alrededor. Me detuve precisamente frente al lugar favorito de Amber. Miré al cielo y dije: -me las vas a pagar –como si alguien allá arriba estuviese escuchándome.

Bajé del auto y caminé entre los arbustos y árboles por los que me guió Amber. Un lado de mí deseaba que me encontrara a Amber allí, y que estuviese bailando como la primera vez. Y el otro lado, rogaba por que ella no estuviese allí y no volver a verla.
Me senté en el mismo sitio que la última vez. Recordé los giros que Amber hacía, los brincos y el sonido de sus zapatillas sobre la grama. Era como si la estuviese viendo por segunda vez con el vestido rosa prestado, su cabello suelto y su despampanante reflejo brillando en el claro.

Esta vez, el clima estaba peor que aquel momento. Estaba nublado; era seguro que llovería y el frío era tan fuerte que erizaba la piel de mis brazos; sin embargo, recordaba la poca luz del Sol iluminando el río…, aquel espejo cristalino que observaba más de cerca a Amber que yo. Por un momento le tuve envidia, pero luego recordé que ese río no le había besado sus labios rosas, su cuello y más allá. Tampoco la había acariciado, ni la había hecho jadear y mucho menos desear más.

Esa noche, aunque Amber estaba disfrazada, lucía hermosa como siempre, incluso hasta borracha. Su piel blanca erizada por mi tacto, sus ojos grises rogándome y sus labios entreabiertos sedientos.

Me distraje viendo una gran mariposa negra volando frente a mí.

Amber había sido alguien hace mucho tiempo que yo odie demasiado; alguien que me dio asco y repulsión. Cuando la besé por última vez, sentí eso mismo. Hace mucho tiempo la torturé y la maté después de lo que me hizo; pero para esa época, ella no era la Amber que conocía sino Amelia. Ella iba a ser mi futura esposa cuando iba a ocupar el trono de mi padre después de su muerte. Aunque el puesto estaba en juego. Los principales caballeros que tenía mi padre para las guerras en la Era Medieval, éramos cinco. Cuatro eran mayores que yo y tenían mucha experiencia; pero desde que cumplí 3 años de edad, mi padre me entrenó para eso; él y yo sabíamos que algún día ya no estaría y alguien tendría que ocupar su lugar.

Un año antes de morir, contaba con que yo ganara el trono; no le importaba que fuese el menor entre los caballeros. Mi padre prefería que el reino cayera en manos de alguien de la familia en vez de cualquiera, pero también quería que ese alguien fuese un experto para las guerras como lo era él. Esa persona tenía que reinar a la perfección y yo apenas sabía un poco más de lo básico, pero eso no le importaba tanto. Él decía que yo era muy inteligente. Pero, uno de los requisitos para llegar al trono, era casarme; así que tenía que escoger una doncella, y yo escogí a Amelia.

Suspiré. Todo lo que había pasado en aquel tiempo corrió por mi cabeza como fluía el agua del río. Eran malos, muy malos recuerdos. No podía olvidar lo que pasó, ni mucho menos lo que hizo Amelia. Aún no entendía cómo pude haber olvidado su rostro. Era exactamente el mismo, nada cambiaba; ni siquiera la actitud. Era tan liberal y rebelde como Amber. Pero no eran la misma persona. Algo en Amber era diferente a Amelia…

Una gota de lluvia cayó en mi frente; me pasé la mano y me sequé. Vi hacia arriba y la nube era de color gris plomo; eso me hizo recordar el momento en que Amber cayó sobre mí y casi la beso.

Sencillamente no podía quitármela de la cabeza.

“¿Estoy enamorado de ella?”, pensé. Mi corazón se aceleró cuando me pregunté eso. “Entonces es cierto…”
Recordé la frase de Caleb: “¿Quién te manda a estar enamorándote como un pánfilo?”, sonreí. Después de todo, tenía razón.

El aguacero comenzó a caer y me mojó toda la ropa y el cabello. Me levanté y caminé al auto sin apuro; me subí y manejé de regreso. No quise ir a clases ese día, no sabía cómo iba a reaccionar si veía a Amber… Era algo extraño; tampoco sabía cómo se pondría ella cuando me viera y recordara lo que pasó anoche, aunque lo más probable era que no recordara nada. Había bebido demasiado. Tampoco quise ir a la casa; Caleb seguramente estaría esperándome con un collar de ajo y una daga de plata.

Me detuve en la plaza principal de Shanksville, bajé del auto y caminé por la acera. Aún llovía, pero no tanto como en el claro.

La gente paseaba por la plaza; algunos adolescentes se besaban detrás de unos arbustos, unos ancianos le daban pan a unas palomas y unos gays agarrados de la mano. Entorné los ojos al ver a los dos últimos; no se distinguía cuál de los dos era la “mujer” en la relación.

“Su problema será”, pensé mientras negaba con la cabeza.

Vi un gato blanco de ojos verdes observándome desde la rama de un árbol. Imaginé a Amber dándose cuenta de que el gato la miraba y ella le decía “¿Qué?”; me reí solo al pensar en eso y bajé por unas escaleras de la plaza. Me encontraba en el centro de ésta; había una enorme fuente sin funcionar, quizás por la lluvia. Le di media vuelta y observé algunas monedas en el fondo. Luego volteé la mirada hacia un banco, y allí estaba Amber sentada; llevaba puesto unos jeans con el ruedo un poco roto y mojado por la lluvia; tenía su maillot, una chaqueta y unos converse negros.

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